miércoles, 21 de septiembre de 2016

El Estado Islámico prefiere a Obama

Cuando Ronald Reagan llegó al poder, la filosofía de sus predecesores —incluido Richard Nixon— sobre qué hacer frente a la amenaza de la URSS había sido básicamente no hacer nada: política de apaciguamiento, contención y esperar que a los soviéticos no se les cruzaran los cables. En otras palabras, intentar convivir en armonía con su mayor enemigo.

La óptica de Reagan era muy distinta. Para él estaba muy claro que aquello era inviable, que ahí había una guerra, que había buenos y malos y que a la larga sólo iba a quedar uno. Y en función de eso actuó. De hecho, se cuenta que cuando un asesor suyo le preguntó qué haría si el Kremlin decidiera lanzar un ataque con misiles atómicos, él le dijo que respondería sin pensarlo dos veces aunque ello supusiera «el Armagedón».

Acabo de leer un artículo de Pablo Molina en 'elmedio' en el que sostiene que el Estado Islámico prefiere a Trump en la Casa Blanca porque su lenguaje incendiario contra los musulmanes ayudará a a este grupo a reclutar a más terroristas. No puedo estar más en desacuerdo.

Al igual que Reagan ante la URSS, Trump tiene claro que aquí hay una guerra entre Occidente y una ideología totalitaria y que los occidentales somos los buenos y los islamistas radicales los malos, sin matices. Por tanto, sólo puede quedar uno. La historia nos demuestra que ésta es la única filosofía válida para ganar una guerra. El resto es eternizar conflictos hasta que uno de los enemigos irreconciliables cae por agotamiento, y para ello pueden pasar décadas, e incluso siglos.

Las guerras no se libran sólo en el terreno de combate. La lucha importante, la que decide quién gana y quién pierde, es la psicológica. Cuando Reagan llegó al poder, las élites políticas y militares de EE.UU. estaban asustadas. No se fiaban de lo que pudiera hacer ese «cowboy de Hollywood» con los códigos nucleares. E incluso Nixon fue a hacerle una visita a la Casa Blanca para intentar convencerle de que moderara su retórica anti-soviética, argumentando que eso podría provocar una Tercera Guerra Mundial.

Sobra decir que Reagan no le hizo ni caso. Y no se lo hizo porque estaba convencido de que para persuadir a la URSS (y a cualquier otro enemigo) de que EE.UU. iba en serio, lo primero era demostrarles que EE.UU. creía en sí mismo y en lo que hacía. Y para eso primero tenía que demostrar que estaba dispuesto a todo, incluso a una guerra nuclear, para hacer prevalecer su modelo de sociedad. Después de todo, ellos eran los buenos. Y sus enemigos, los malos. Paralelamente, rearmó y mejoró a su ejército como nunca se había visto y recuperó el espíritu patriótico americano que sus predecesores habían aparcado en aras del amor, la paz y el buenismo.

En poco tiempo, Reagan había ganado la guerra fría sin siquiera tener que apretar el gatillo. Simplemente se había disfrazado de cowboy y le había dicho al forajido que tenía hasta que él contara a tres para salir corriendo. Y el forajido, al ver el arsenal y la determinación del cowboy, se fue corriendo y no volvió jamás.

La filosofía de Donald Trump contra el islamismo radical es exactamente la misma. Lo que le está diciendo al enemigo es: 1) Que aquí no valen equidistancias, que EE.UU. es lo mejor que hay sobre la Tierra y que por nada del mundo piensa renunciar a eso, ni siquiera un poquito; y 2) Que cuando él sea presidente, se olviden de jugar al gato y al ratón, que él tiene muy claro que sólo va a quedar uno, que va a ser él y que no le importa si para ello tiene que pasarse por el forro la Convención de Ginebra.

Con esto, Trump no está diciendo que vaya a hacer todo eso, pero sí que puede hacerlo y que no dudará en hacerlo si lo cree necesario, sean cuales sean las consecuencias. ¿Por qué? Principalmente, para asustar al enemigo, desmoralizar a sus seguidores, hacer que empiecen a pelearse entre ellos y hacerles creer que los primeros interesados en acabar esta guerra son ellos mismos. Después de todo, EE.UU. tiene poder real para borrar al Estado Islámico del mapa en menos de una hora. Ellos, en cambio, tienen hachas y cuchillos. Trump simplemente les está diciendo que la broma se ha terminado. Y lo está haciendo aplicando la misma filosofía que aplica a sus negocios y que explica él mismo en su libro ‘El arte de vender’:

«Lo peor que puedes hacer cuando intentas cerrar un trato es parecer desesperado por cerrarlo. Eso hace que la otra parte huela la sangre, y entonces estás muerto. Lo que tienes que hacer es mostrar fortaleza, no bajarte nunca del burro y hacer creer al otro que es él quien necesita cerrar el trato».

Sostener que la supuesta retórica anti-musulmana de Trump beneficia al ISIS no sólo no es verdad, sino que en el fondo le da la razón al propio Trump. Porque si a un musulmán le bastan simples ofensas verbales como excusa para a afiliarse a la brutalidad del Estado Islámico, el problema lo tiene ese musulmán, no quien le ha ofendido. Y por tanto ese musulmán sobra.

¿Cuál es el problema? Que con líderes como Obama o como los que nos representan en Europa, personajes que se pasan la vida pidiendo perdón al mundo por sus fallos en vez de plantar cara a los demás por los suyos infinitamente peores, nadie, ni los musulmanes ni el resto, se va a creer que nuestro sistema es mejor y más ventajoso. Y entonces cada vez más musulmanes se afiliarán al ISIS y a sus sucedáneos, y nosotros nos haremos cada vez más débiles.

El ser humano, como todo animal sociable, necesita líderes fuertes que sepan defender su territorio, líderes en los que poder mirarse. Y si no los encuentra en un sitio, los buscará en otro. Es de ahí de donde el ISIS y el resto de organizaciones terroristas sacan a sus militantes, no de gente que simplemente se siente ofendida o maltratada por Occidente. Cuando ven que los regímenes de los que vienen son débiles y que Occidente no hace ni el esfuerzo de reivindicarse a sí mismo, sino que se tira piedras sobre su propio tejado, es lógico que muchos pierdan la confianza en que puede haber un modelo de sociedad mejor. «Si ni ellos están contentos con lo que tienen y aquí se trata de elegir bando, prefiero unirme al macho alfa, el que defiende sus valores con fuerza, por espantosos que sean sus métodos, y el que cree en sí mismo por encima de todo».

La administración Obama no ha podido contribuir más a esta espiral diabólica, bloqueando cualquier posibilidad de mejora en Oriente Medio y poniendo a su país y a todo Occidente en una posición de extrema debilidad. El último ejemplo lo vimos ayer en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, donde dedicó la mitad de su intervención a implorar a cuatro matones sanguinarios que dejaran de portarse mal y la otra mitad a decir que EE.UU. tampoco es perfecto, que ellos también tienen problemas con sus tensiones raciales y su crispación política. ¿A quién se le ocurre alardear de sus debilidades en la cara de su enemigo? Por si fuera poco, y en un gesto de irresponsabilidad sin precedentes en un presidente americano, utilizó este foro internacional para atacar a un rival interno, en una sala en la que había un buen número de dictadores y enemigos de EE.UU. que gracias a ese discurso ya saben que si Donald Trump gana las elecciones, cuentan con el permiso moral de Obama para ir contra él.

La historia ha demostrado que el apaciguamiento y el buenismo sólo envalentonan al enemigo. Si te ven débil, te atacan. Si te ven fuerte, te respetan. Obama ha sido un presidente muy débil, incapaz de imponer respeto en el mundo. Sus aliados europeos, que son aún más débiles que él, sólo le han utilizado para hacerse fotos de cara a quedar bien con sus propios votantes, mientras los demás no han parado de reírse de él. En Cuba ni siquiera fueron a recibirle al aeropuerto, en China no le pusieron una escalera para bajar del avión y hasta un mindundi como el presidente de Filipinas le ha llamado «hijo de puta» en público (y para colmo va él y a los dos días le da un apretón de manos). Por su parte, Rusia ha invadido Crimea como ha querido. Y el islamismo radical está desatado, por mucho que algunos se empeñen en ver lo contrario.

Tengo claro que Hillary Clinton sería mucho mejor comandante en jefe que Obama. Al menos sabría imponer respeto en el exterior. El problema es que no la veo capaz de devolverle la autoestima a Occidente. No tiene ni la convicción, ni la valentía, ni el carisma para vender que nuestro modelo de sociedad le da mil vueltas al resto. Y por otra parte, su manera de imponer respeto nunca tiene en cuenta la arista psicológica del conflicto. Ella directamente suelta los F-16 y a ver qué pasa. Ahí tenemos Libia, Siria e Irak, un caos total porque además ni siquira se ha atrevido a acabar el trabajo. Por lo visto, invadir a tu enemigo es políticamente incorrecto.

Y ahora parece que también busca pelea con Rusia. La verdad, prefiero un enfoque como el de Reagan y Trump: convencer a los malos de que o se disuelven y entregan las armas o vas con todo. El resto es poner en peligro a tu población eternizando un conflicto que nunca se va a acabar.

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