viernes, 6 de febrero de 2009

Sex in the Plantation

Extracto de la segunda parte de Sex in the Plantation, futuro récord de ventas si es que llega a publicarse algún día.

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-¿Muerta?-.

-Sí, hemos encontrado su cadáver en la orilla del río. Unos niños lo vieron flotando corriente abajo mientras pescaban.- dijo el general Hawk-. Siento ser portador de tan funestas noticias, señores Kendal-.

-Muchas gracias, general. Ha sido muy amable al venir a darnos la noticia en persona-.

-No hay por qué darlas. El cuerpo de la difunta llegará mañana. ¿Quiere que le diga a alguien que…?-.

-No hace falta. Lo recogeré yo mismo. No queremos causar más molestias al Ejército Confederado-.

-Como usted guste, comandante... A sus pies señora-.


Diciendo esto el general Hawk abandonó la estancia. Sam (el criado) lo acompañó a la puerta. En el salón azul reinaba un silencio sepulcral. Los padres de la pequeña Suellen estaban en estado de shock. Sobre todo Madelaine, quien no había pasado por una muy buena temporada en el plano emocional.


-¡Muerta! ¡Nuestra hija está muerta! ¡Nuestra única hija está muerta! ¿Te das cuenta de lo que eso significa? Ya no volveremos a verla nunca más. Y todo es por mi culpa, nunca supe darle toda la atención que ella se merecía. Sí. ¡Yo la he matado! ¡Yo la arrojé a ese río de aguas heladas! Yo…-.

-¡Basta! ¿Quieres controlarte mujer? Nadie ha matado a Suellen, así que haz el favor de calmarte-.

- A lo mejor se han equivocado. ¿Cómo saben ellos que la persona preadolescente que hallaron en estado de constantes vitales nulas era nuestra pequeña y adorada hija? Según dijo el general, el rostro de la susodicha se hallaba en un estado de deterioro supino a causa de las repentinas contusiones contra el pétreo suelo del río. Nuestra hija nunca se quitaría la vida, se quería demasiado para hacer tamaña estupidez-.

- Nunca se sabe la de cosas que pueden pasar por la cabeza de una suicida. Algo debería atormentarla de manera sublime para llegar al estado del homicidio- sentenció Richard.


Se volvió a hacer el silencio en la habitación. Una ráfaga de viento movió el móvil de cristal de murano azul cielo que, años atrás, la pequeña Suellen había fabricado para deleitarse con su sonido las cálidas tardes de verano. El suave tintineo de los cristales al chocar entre ellos trajo a la cabeza de Madelaine un sinfín de recuerdos olvidados hasta ese momento. Veía a su hija correr por el jardín con su melena al viento, oía su risa entre los rosales trepadores chinos donde se escondía para que ella la buscara... Veía sus ojos chispeantes cuando le regalaron su primer caballo. Muchas más imágenes y sonidos de su juventud pasaron por su cerebro como un huracán, al tiempo que el tintineo de los cristales se hacía más y más intenso. Toda la habitación daba vueltas. Veía la cara destrozada de su hermosa hija gritando en la gélida corriente del rió. La llamaba. No podía soportarlo. Lanzando un descomunal grito, sé echó al suelo y se agarró a la pierna de su marido, que la miraba con sus brillantes ojos azules.


-¡¡No puedo creerlo!! ¡¡Dime que no es cierto!! ¡¡Dime que mi hija no ha muerto de manera tan vil!!-.


Dicho esto, Madelaine se desmayó.


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